Entrenando en Estonia bajo el frío helado
A pesar de estar lejos de mi club de atletismo, continúo entrenando y estando en forma.
Son miles de kilómetros los que me alejan de casa, per aún así el espíritu del deporte nunca se pierde. Entrenar aquí se me hacía bastante complicado, ya que el frío y la lluvia eran elementos que siempre había tenido que combatir en mis entrenamientos día a día, pero en un pueblo tan pequeño como en el que vivía y sin pista de atletismo, entre bosques y lagos, era aún más complejo. Se me hacía todo cuesta arriba, pero aún así uno de los habitantes que había conocido las primeras semanas, me invitó a participar en una carrera de trece kilómetros, ¿trece?, pues sí, nunca había corrido una distrancia tan larga y no era ahora en este preciso momento cuando estaba mejor preparado para afrontar tal reto, pero miré hacia adelante y sin pensarmelo, fui a echarle cara.
Al final de todo estaba muy nervioso y ansioso por poder asistir. Era la oportunidad perfecta de demostrar a todos como un atleta español podía dar la sorpresa, o eso pensaba sin saber que era del todo cierto. El día de la carrera me levante con ganas aunque algo cansado ya que la noche anterior habíamos tenido una maratón de películas en el centro donde trabajo y fue agotador aguantar a tantos niños, pero me lo pasé muy bien. Una de las mujeres que conocí, me recogió ya que su hija era una gran aficionada al atletismo y fuimos juntos hacia Hanja, el punto más alto de Estonia, si, unos 380 metros.
Había cientos de personas corriendo y calentando para la carrera. Todos iban super abrigados, mallas largas, gorros, guantes especiales y como buen latino, con mis mallas cortas y mi térmica del Decathlón, si señor. Hacía frio, bastante, pero una vez empecé a calentar ya la situación mejoraba. La baja temperatura que hacía no tenía mucha diferencia de la que había a las nueve de la mañana un veinte de diciembre en España, pero claro, a diferencia de la humedad, todo era mejor. Me coloqué a pie de salida y oí el pistoletazo de salida.
Comencé a situarme a mitad de grupo ya que no creía que pudiera aguantar mucho tiempo en cabeza de carrera. Con el paso de los minutos comencé a disfrutar del paisaje, era increíble. Lagos, colinas, casas, senderos escondidos, descensos entre piedras, y un viejo hombre tocando su acordeón en medio del recorrido. Fue algo precioso, como si de un cuento de fantasía se tratase. Sin duda la carrera más bonita en la que jamás había estado. Me lo pasé en grande, y justo al llegar a meta no fue menos, ya que abundante comida y dulces me esperaban allí. Fue todo tan perfecto, que no se si se podrá a repetir una experiencia como esa.